Como bien sabrán ustedes, desde hace unos años existe una cosa que se llama Salud Responde. Este servicio, dependiente de la Junta de Andalucía, agiliza determinados trámites sanitarios que, antaño, requerían de la presencia del susodicho, con todos los quebrantos que ello ocasionaba. Lo más demandado, la cita previa. Contactas, te identificas y una voz amable te indica día y hora en la que el galeno puede verte. Una buena idea que, además, funciona bien.
Pero desgraciadamente no todo es de color de rosas. Partiendo de la base de que Salud Responde es útil y eficaz, hay aspectos que son francamente criticables. Uno de ellos, por ejemplo, el acceso al sistema. Existen dos formas. Una, entrando en la página web y realizando el trámite en línea. Rápido, sin restricciones de horarios y, sobre todo, gratis. Y dos, llamando a un 902. También rápido, también sin restricciones horarias pero, he aquí la pequeña diferencia, pagando.
Esto es injusto por varios motivos. Primero y principal porque implica una discrimación lacerante hacia el que no tiene internet en casa. ¿Y quién no lo tiene? Pues, además de los muchos que lo están pasando canutas con la crisis y consideran que se trata de un gasto prescindible -ya basta de sacralizar las nuevas tecnologías porque sí-, normalmente las personas mayores que, con buen criterio, pasan de botones y aparatitos que les amarguen la existencia. En este punto conviene recordar que, según las estadísticas oficiales, la demanda de asistencia médica se dispara a partir de los 65 años y que la inmensa mayoría de los jubilados tienen que cuadrar el círculo para llegar a final de mes y subsistir con una paga misérrima. No me digan que no tiene bemoles la cosa.
Y como es lógico, ante el latrocinio que supone marcar un 902, los abuelos, muchas veces con dificultades de movilidad, optan por el método tradicional. O sea, por ir al centro de salud, plantarse en ventanilla y guardar pacientemente una cola interminable -y vengonzante-. O pagas o te jodes, ‘this is the question’. Y todo esto nos sitúa ante un problema anterior, el discurso hipócrita de quien, sabiendo perfectamente lo que está sucediendo, insiste en lo muchísimo que se está haciendo por acabar con la brecha digital y, sin embargo, no duda en exigir al que menos tiene.