Me pongo delante del ordenador con el ánimo de escribir una bonita historia de amor, que en esta vida sigue habiendo cosas bellísimas más allá de la crisis, los hijos de puta y los problemas del día a día. Pero no. Lo voy a dejar para más adelante. ¿Y por qué he cambiado de opinión? Pues porque he cometido la imprudencia de encender la televisión mientras desayunaba y, sin comerlo ni beberlo, tragarme de lleno una de esas historias repugnantes en el fondo y la forma. En el fondo, porque es la trágica vivencia de una madre que, puro dolor, está a punto de encontrarse cara con cara con el asesino de su hija. Y por la forma por el lamentabilísimo espectáculo que supone explotar el desconsuelo para reventar el ‘share’. No es la primera ni la última vez que se recurre a la congoja ajena para captar público, pero el hecho de que algo sea ‘habitual’ no quiere decir, ni mucho menos, que sea ‘normal’.
Veamos. Nunca cometeré la torpeza de negar lo evidente. Los sucesos venden. No hay más que echar un vistazo, por ejemplo, al ranquin de noticias más leídas en las webs de los diferentes medios de comunicación. Dicho esto, pienso que hay líneas rojas que jamás se deberían atravesar por mucha carnaza que demande el telespectador, que también tiene su parte de responsabilidad en este juego de intereses. Y tengo clarísimo que es una ruindad, sin paliativos, recordarle machaconamente a una madre que su hija, ésa a la que amamantó pacientemente durante horas y horas, ésa a la que arropaba todas las noches para que no se resfriara, ésa que hizo la primera comunión vestida como una princesita… fue descuartizada lentamente por un mal nacido. Esto no se justifica de ninguna forma, así esté media España enganchada a la caja tonta. No es periodismo; es una asquerosidad contra la que los propios profesionales deberíanos rebelarnos.
Desgracidamente ahí fuera pasan cosas muy desagradables que deben ser contadas con el máximo rigor. Pero siempre con unos límites que marca el oficio y el sentido común. Ir más allá es abundar gratuitamente en la miseria y morbo para llenar las alforjas. Y en pos de la misma libertad de expresión que esgrimen estos señores para excusar sus tropelías informativas, yo les digo que lo que hacen es una auténtica porquería.