Alguna vez les he comentado mi interés hacia la política. Sí, hacia la política entendida como ‘el arte de lo posible’. Los seres humanos somos especialistas en buscarnos problemas y también hemos desarrollado cierta habilidad para resolverlos a partir de las convicciones. Dicho así, hasta suena bonito ¿verdad? Pero desgraciadamente el debate de las ideas murió hace tiempo. Los partidos se han convertido en ‘lobbies’ –también podríamos hablar de ‘lobos’- que aspiran a negociar la cosa pública con el ánimo poco confesable de ‘arrimar el ascua a su sardina’. Los políticos son profesionales que, como tales, aspiran a ganar dinero y notoriedad, convirtiendo el interés general en algo marginal. Pero la gracia es que, antes o después, tendrán que llamar a la puerta de cada uno de ustedes, queridos lectores, para pedirles el voto. Y es entonces cuando estarán más legitimados que nunca para decirles muy gentilmente: “Váyanse por donde han venido”. A buen seguro que no le faltarán razones.

Les digo todo esto porque el 22 de mayo está ahí, a la vuelta de la esquina. Ese día elegiremos a alcaldes y concejales. Se avecinan intensas semanas de pasteleo, apretones de mano, efusivos abrazos, palmaditas en la espalda y demás agasajos al ‘elector’, que tiene la sartén por el mango y que, desde la libertad –qué bella es la democracia-, decide en primer lugar si quiere echar la papeleta –la previsión es que las abstenciones se disparen- y en segundo término a qué siglas otorgar su apoyo. En este proceso nosotros, los votantes, podemos adoptar dos posturas. Una pasiva, dejando que la información llegue hasta nosotros, sin más, y otra activa, exigiendo explicaciones sobre su absoluta incapacidad para adoptar una sola decisión que pusiera freno a esta putísima crisis que ha evidenciado la falacia de la ‘sociedad del progreso’. Aconsejo con efusividad la segunda.

Sí, ya sé que se trata de municipales, que la capacidad de actuación de los ayuntamientos es limitada, pero también son responsables en gran medida de este desaguisado. Ahí están las millonadas que deben a los proveedores –tengo un colega al que le deben 2.000 euros y, sin embargo, le acaban de embargar 200- o los impagos a funcionarios –algunos llevan más de seis meses sin cobrar-. Y que no me vengan con el cuento chino de ‘qué pobreticos somos, que ofrecemos más servicios de los que podemos’. Han demostrado ser unos pésimos gestores porque gastan mucho más de lo que ingresan, algo absolutamente inconcebible aquí y en Sebastopol. Además, sería injusto no analizar este problema con perspectiva. No tenemos que quedarnos tan sólo en estos cuatro últimos años, ciertamente desastrosos, sino que conviene echar la vista atrás. Da lo mismo PSOE, PP o el Partido de los Independientes de Torreperogil –que no sé si existe-. Aquí todos han aportado su granito de arena para que esto sea un absoluto desastre.