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jorgepastor2000

Patadón y tentetieso

Un manojo de flores blancas

Amigo Carlos. Sé que no tienes ninguna referencia de mí y que te extrañarás mucho de recibir esta carta de un tal Jorge Pastor. Soy consciente de que la correspondencia remitida por un desconocido siempre genera inquietud. Y más en momentos de tanta desconfianza como éstos. No creas que no he tenido mis reparos antes de sentarme delante del ordenador. Lo he valorado con sosiego. De hecho, y pensándolo bien, es que ni tan siquiera tengo la certidumbre de que te llames Carlos. Igual eres Pedro, David o Miguel Ángel. Tampoco importa mucho. En alguna ocasión te asocié a ese nombre y con él te has quedado, amigo. Espero que me disculpes.

Vamos al lío. Estoy preocupado. Sí, preocupado porque por primera vez en diez años he pasado por delante de esa curva a derecha en la que siempre estabas y no te he encontrado. Fue el sábado pasado, a eso de la una de la tarde. Iba de regreso a Jaén. Estaba lloviendo, hacía mucho frío y el viento soplaba con furia. Entiendo que no son las mejores condiciones para andar dando vueltas, pero como nunca habías faltado… Ahí mi sorpresa. Aunque tú no lo creas, aunque no hayamos hablado jamás, para mí eres alguien bastante familiar. No me preguntes por qué, pero ese intercambio de miradas fugaces, inesperadas, yo en el coche y tú en la cuneta, eran suficientes para que me sintiera seguro. Para que agarrara con fuerza el volante y para que prestara máxima atención a la carretera. Sí, la misma carretera, cruel y traicionera, que se lleva por delante miles y miles de existencias como la tuya.

Supongo que no te hará ninguna gracia rememorar ese fatídico día. Te imagino joven, guapo, eufórico después de haber besado por primera vez a esa chica del pueblo de al lado que tan loquito te traía. Te imagino también feliz y despreocupado. Quién te iba a decir que aquella mala tarde de verano -o de primavera, o de otono, da igual- el destino iba a ser tan cruel e hijo de puta contigo. Allí, en ese punto exacto de la A-308, escribiste el último renglón de tu intensa biografía. Te mataste. Un, dos, tres. Un chispazo. Un santiamén. Todo se acabó. Pero que sepas que no, que nunca caíste en el olvido. Jamás, hasta ahora, había faltado un manojo de flores blancas, siempre frescas, que te evocara tal y como eras y tal y como te intuyo. Todo prudente, todo preocupado, adviertiendo de que cualquier despiste, por leve que sea, puede tener consecuencias terribles.

Espero volver a verte. Y si no tampoco pasará nada. Tu recuerdo ya es indeleble. Al menos para mí.

'El día que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo' (García Márquez)

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