Nadie está libre de ser juzgado por un estúpido. Vas por la calle, tranquilo y despreocupado, y sin quererlo ni beberlo resulta que alguien se fija en ti y considera que debe mofarse. Sin más. Dos opciones, afearle la conducta, so riesgo de que la burla se torne provocación y el pleito acabe en las manos, o ignorarlo, lo más prudente y lo más saludable. Les cuento todo esto porque hace unos días me topé con el estúpido más estúpido de todos los estúpidos. No fui yo el objeto de su befa, pero sí un alma cándida que cometió la osadía de desenvainar el móvil para inmortalizar el paso del tranvía. El estúpido no dudó en calificar aquel gesto con un petulante “mira que hay que ser cateto”, un aserto seguido del sarcasmo de un tropel de imbéciles que había a su alrededor –el estúpido nunca actúa en solitario-. El agraviado, tras analizar pros y contras, miró hacia abajo, devolvió el celular a la faltriquera y se marchó.
Aquel lance, que sucedió a unos metros de mí, me dejó cavilando. ¿Qué es ser un cateto? Aparte de un menosprecio evidente, es una condición que se le atribuye al que mira con admiración algo que, a los ojos del estúpido, carece de trascendencia. Es decir, a juicio del estúpido, hacerle una fotografía al tranvía de Jaén es eso, el gesto de un cateto que, además, debe ser promulgado a los cuatro vientos para escarnio público. Intuyo que detrás de la descalificación habría otros detonantes. No sé… supongo que este estúpido será un tipo muy viajado y estará acostumbrado a subirse en tranvías, metros y trenes de alta velocidad. Es más, me lo imagino en la T4 del aeropuerto de Barajas, todo repeinado, matando el tiempo con un Ipad mientras espera pacientemente un vuelo hacia Nueva York para cerrar importantes negocios. Un hombre experimentado, curtido en mil batallas. Un ser superior y moderno legitimado para llamar cateto al primero que se cruce por la acera.
Pues no, puestos a sojuzgar, ya les adelanto yo que este estúpido del que les hablo no ha puesto un pie en la Quinta Avenida. Es más, me atrevería de decir que no ha ido más allá de Torres, que no tiene la más remota idea de lo que es un Ipad y que en su puñetera vida se ha montado en un tranvía. Pero es un estúpido y, como tal, se siente legitimado para denostar. Pues miren, reivindico aquí y ahora mi condición de cateto. Soy un cateto. Ca-te-to. Yo también fotografié el tranvía. Sí, no pude evitarlo. Vi el trenecillo cagando leches por el Paseo de la Estación y no pude resistir la tentación de sacar rápidamente la cámara y de captar ese instante. Lo subí al Twitter a toda prisa, con ánimo de compatir mi experiencia con el resto de la humanidad y pude observar que no era el primero, que otros muchísimos catetos como yo se me habían anticipado, que Jaén está lleno de catetos, que la catetez está a la orden del día. Tanto, desgraciadamente, como la estupidez.