El chunda chunda primaveral ha reabierto el debate sobre los ciegos multitudinarios a plena luz del día. Se trata básicamente de empezar a cocerse a eso de las cuatro o las cinco de la tarde, sin dolor, y terminar a las diez o las once de la noche, transformado ya una caquita humana. El tema no es nada novedoso, pero sí ocupa lugar preferente en la agenda periodística en fechas de floración, tan propicia para las alergias como para la desinhibición. Existen muchos estudios sociológicos sobre este fenómeno de la botellona. Pero más allá del rigor científico, hay también una prolija literatura acuñada y alimentada por el simplismo mediático. E insisto en el epíteto ‘simplista’ por esa tendencia a la metonimia que nunca llegaré a entender: ‘la juventud se emborracha’. Hay quien va más allá y en un afán trascendente ya habla de una especie generación de haraganes y desidiosos cuya única aspiración es dormir, perder el tiempo y salir de juerga. Los ‘ni-ni’ creo que los llaman.

Yo siempre he huido por convicción de las posiciones maximalistas. Defiendo y defenderé el gris como posición intermedia entre el blanco y el negro. Pero como lo cortés no quita lo valiente tampoco cometeré la ingenuidad de afirmar que los miles de jóvenes que subían el Paseo de la Estación el pasado jueves iban a escuchar misa de seis en la Catedral. A la iglesia no se va, creo yo, con carritos del supermercado cargados hasta los topes de bebidas espirituosas, licores varios y bolsones de hielo. No me he caído de ningún guindo -aunque algún imbécil se escude en el anonimato para opinar lo contrario- y es evidente que en el ferial no se tomó precisamente Nestea y Cacaolat. Hubo quien mamó tanto que se meó y se vomitó encima. Es más, a cuatro o cinco espabilados tuvieron que meterles glucosa en vena para evitar que les diera un síncope. Pero de ahí al cliché de que todos, sin excepción, fueran calamocanos media un abismo.

Éste es un discurso falsario. Un tanto hipócrita. Que levante la mano quien siendo chavea no se ha pasado con el güisqui en alguna ocasión. ¿Cuál es el problema bajo mi modesto entender? Pues que el alcohol ha pasado de ser un medio para convertirse en un fin, una ‘sutil’ diferencia que explica, igualmente, que el concepto de ‘puntillo’ haya desaparecido y ahora se busque directamente el mierdón. No todos, insisto, pero sí mayoritariamente en este tipo de saraos ‘flower power’ que, a dios gracias, se celabran de tanto en vez -aunque en Jaén, que somos más chulos que un ocho, habrá otro el 14 de abril con ‘patrocinio’ municipal-. Lo más penoso es que, debido a esta costumbre deleznable de tomar la parte por el todo, al final siempre pagan justos por pecadores.