Han pasado ya dos semanas desde que un grupo de personas anónimas, aunque con nombres y apellidos, ocuparon pacíficamente las principales plazas de los principales municipios de este país. Lo hacían después de manifestarse y promulgar a los cuatro vientos su disconformidad con lo establecido. La pelota estaba en la cima de la montaña. Le dieron un empujoncito. Y la bolita comenzó a rodar a toda prisa ladera abajo. Fue un 15 de mayo, un 15 M que, por mucho que le joda algunos, ya forma parte de la historia reciente de España. Aquello fue un golpe encima de la mesa. Una respuesta de gran parte de la sociedad civil ante una democracia viciada, servil a los afectos del capital, y donde los ciudadanos, y sus intereses, quedan postergados a un papel secundario de meros consumidores de productos y servicios -sean públicos o privados-. Y todo ello con el aval de unas instituciones soportadas por dos grandes fuerzas políticas que, obcecadas en mirar hacia dentro, hacían oídos sordos a las reivindicaciones que venían desde fuera. Ni puñetero caso, y menos con una elecciones a la vuelta de la esquina.
¿Qué pasa? Que aquella corriente de simpatía generalizada, alimentada por certeros debates sobre cómo son las cosas y cómo deberían ser, se está diluyendo como un azucarillo. Y, bajo mi modesto parecer, ha llegado el momento de replantear un movimiento que corre el serio riesgo de morir de éxito. Sí, ha llegado la hora de dar un paso hacia delante, de generar estructuras, plataformas, comités o lo que sea que canalicen la reflexión más allá de las acampadas y que mantengan siempre candente la llama del regeneracionismo. Sé que se está trabajando a muchos niveles, en muchos ámbitos, que se está haciendo partícipes a muchos colectivos, que hay mucha gente implicada. Magnífico. Pero aquella pelota del comienzo ya no corre tan rápido. Hay que volver a impulsarla. Puede ser desde dentro de las instituciones -por qué no- pero sobre todo desde fuera, una posición necesaria para no perder la perspectiva y para acotar los excesos del sistema, denunciando los abusos desde la corresponsabilidad que nos otorga nuestra condición de ciudadanos libres, independientes y preocupados.
Tenemos una ocasión de oro para cambiar muchas cosas, pero hay que ser rápidos. La crisis y sus cinco millones de parados -unos 80.000 en Jaén- han sacado los colores a más de uno, que se empeña en poner cara de póker y farolear una y otra vez plenamente consciente de que ahora, por primera vez, puede perder la partida. Tras el vórtice de las municipales, nos adentramos ya en la vorágine de las generales, el caldo de cultivo adecuado para que se siga escuchando alto y claro la voz de la calle. Una oportunidad de oro para que cambie -o no- algo más que los señores y señoras que lleven la vara de mando.