Acabó la cumbre del G-20+3 en Washington. El 90 por ciento del PIB mundial se reunió en torno a una mesa para reajustar el ‘negocio’ financiero. El objetivo, que la tremenda crisis que estamos viviendo, generada precisamente por la falta control en los mecanismos de control, no se vuelva a repetir. Yo la he seguido con muchísimo interés y, más allá de las resoluciones (todas interesantes, especialmente en lo referente a la ‘fiscalización’ de las agencias de calificación), ahora toca observar cómo todo lo acordado empieza a tener trascendencia en la economía real.
Y es que se aproxima uno de los períodos de mayor actividad comercial de todo el año. Se estima que, por término medio, la campaña navideña representa entre el 15 y el 20 por ciento de las ventas del ejercicio, un porcentaje que se incrementa hasta el 70 por ciento en el subsector de las jugueterías. Los minoristas están preocupados. La caída de la demanda de los bienes y servicios está poniendo en una situación muy delicada a los pequeños, medianos y grandes tenderos. Los ingresos se han reducido porque la gente compra menos y, para colmo de males, en la mayor parte de los casos no pueden renovar las líneas de crédito que antaño les otorgaban la solvencia (muchos de ellos están sufriendo, a su vez, las consecuencias de la cadena de impagos). Por todo ello este mes y medio es fundamental. Las patronales del sector estiman que, tal y como están las cosas, la facturación podría descender en torno a un 10 por ciento, aunque confían que el fervor consumista les permita equilibrar las cuentas.
La pelota está, por tanto, en el tejado de los ciudadanos, los que tienen que comprar. La Unión de Consumidores de Jaén ha advertido de un descenso del gasto de más del 30 por ciento en la provincia. Y es que la falta de confianza en el futuro, unido al aumento del desempleo (en Jaén se contabilizan ahora 10.000 parados más que hace un año), son un lastre demasiado pesado para un gremio tan sensible a la buena o mala marcha de la economía.