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Patadón y tentetieso

Ancha es Castilla

Uno de los grandes problemas de llevar el aceite de oliva impreso en el ADN, como le sucede a los jienenses -a todos, en general-, es que cabe la posibilidad de pensar que todo el mundo -también en general- lo lleva. Pero no, no es así. Todo lo contrario. De las dieciséis grasas vegetales que toman en sus comida los casi 6.900 millones de personas que habitamos en este maravilloso planeta llamado Tierra, el “oro líquido” ocupa el puesto número doce, con una cuota de mercado de un exiguo 3,06 por ciento. El oliva tan sólo gana al maíz, pescado, sésamo, lino y ricino. En la parte de arriba de esta tabla clasificatoria está la esencia de palma (47,10 por ciento), soja (37,67 por ciento), colza (21,89 por ciento) y girasol (11,89 por ciento). La participación del resto ya se sitúa por debajo del 9 por ciento, según datos facilitados por la organización agraria Asaja correspondientes al ejercicio 2009-2010.

Estos números tienen varias lecturas en magnitudes globales como las que estamos hablando. No estamos en un 3,1 por ciento porque se hayan hecho mal las cosas. Estamos ante un producto que se vincula históricamente a la tradición gastronómica de un área geográfica muy determinada, en este caso el arco mediterráneo. Y esto nos lleva forzosamente a una conclusión de enorme relevancia. Si no llegamos ni al 3,1 por ciento, significa que tenemos una larguísima trayectoria por delante. Y en este punto sí que se identifican dos factores claramente a favor. Primero, bondades culinarias -la mayoría de los más afamados chefs lo utilizan de forma habitual en según qué platos-. Y lo segundo, y más importante, las bondades para la salud. Prácticamente cada semana se conocen los resultados de alguna investigación que aporta algo nuevo. Vayan por delante unos cuantos beneficios contrastados. Previene enfermedades cardiovasculares, reduce los niveles de colesterol, disminuye la presión arterial, ayuda a envejecer y aminora la incidencia de patologías como la artritis y determinados tipos de cáncer.

Así que más allá de debates sobre rentabilidad del sector y habida cuenta del enorme potencial de crecimiento, los 66 millones de olivos que cubren la provincia de punta a cabo deberían aportar mucho y bien a la economía jienense. Tan sólo queda algo tan fácil -y tan complicado a la par- como hacer bien las cosas. Una meta factible con los apoyos que puedan venir de fuera, pero sobre todo de dentro. Me explico.

La negociación de la reforma de la Política Agraria Común (PAC) se antoja como fundamental en el corto y medio plazo -la nueva PAC estará vigente entre 2013 y 2020-. Y también será muy importante la implicación de instituciones más cercanas, básicamente mediante las estrategias legislativas que emprenda el Gobierno central y también la Junta, que ya se ha dotado de una Ley del Olivar a la que “tan sólo” falta dotarla presupuestariamente. Pero el consenso generalizado apunta que deben ser los propios agricultores quienes tiren del carro, lo que previamente implica creer en sus posibilidades. Las acciones que emprenda la Organización Interprofesional del Aceite de Oliva serán cruciales.

La posición de partida de Jaén, la que más interesa por razones de proximidad, es la siguiente. Jaén, con 670.000 toneladas, representa el 21,3 por ciento de la producción mundial, que ha alcanzado esta campaña 3.142.500 toneladas. Teniendo en cuenta que estamos ya ante el cultivo más extendido en los cinco continentes y que se fabrica industrialmente en cuarenta países, el objetivo primario sería la defensa con uñas y dientes de ese 21,3 por ciento, aventura harto complicada con la proliferación de plantaciones superintensivas en la regiones más recónditas -Estados Unidos, China y Australia, por poner algunos ejemplos-. Posteriormente el reto sería arañar algunas décimas a ese porcentaje.

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