No sé. Tengo la sensación de que con esto de la crisis nos estamos convirtiendo en unos pesimistas empedernidos. Antes, cuando había mucho dinero, la gente era más jovial, más cariñosa y más desprendida. Ahora, cuando el parné escasea, es como si todos fuéramos un poco más cenizos. Un ejemplo de esto que les digo es la lotería de mañana. Hay poca ilusión. Sí, es cierto que la probabilidad de que toque El Gordo es 1 entre 85.000, pero que levante la mano quien no haya soñado, dormido o despierto, con verse en los telediarios del 22 de diciembre dando saltos con un gorro de Papa Noel, rociando con cava espumoso al vecino de enfrente (que a buen seguro no habrá olido ni un céntimo) y pellizcándole las nalgas a la parienta mientras el periodista de turno hace la pregunta del millón:”¿En qué cambiará su vida a partir de mañana?”.

Ahora cuesta más trabajo imaginarse estas cosas. Estafadores piramidales, tiburones de las finanzas, especuladores inmobiliarios y ladrones de guante blanco, chorizos todos, han llenado el futuro de incertidumbres. Pero afortunadamente para nosotros (y desgraciadamente para estos cabroncetes) la esperanza es lo último que se pierde. Nunca daremos de lado a esa inocencia infantil que nos hace creer en los milagros cuando el destino viene torcido, como sucede en estos momentos. Sólo así se explica que cada jienense se vaya a jugar una media de 60 euros en el Sorteo Extraordinario de Navidad, casi diez euros más que la media de la comunidad autónoma. Es más. Si las ventas no han decaído en estos últimos días, nos moveremos en cifras récord gasto.

Así que, por muy desmoralizada que esté la tropa, tengo la absoluta convicción de que este lunes por la mañana todo quisque estará atento a la cantata interminable de los niños de San Ildefongo, muy guapetes ellos. Después vendrá el desencanto por no haber pillado ninguno de los premios grandes y la decepción por no haber rascado nada en la pedrea.

Siempre nos quedará El Niño.