La depreciación del aceite de oliva, con cotizaciones en origen desconocidas en los últimos diez años (esta semana el Pool se ha movido por debajo de los 1,80 euros por kilogramo), ha provocado por fin la reacción de los cosecheros, que han esperado hasta que termine la recolección de la aceituna para dejar la vara y coger la pancarta. ¿Demasido tarde? El tiempo dará o quitará razones, pero lo que está claro es que las fábricas han dado salida a una cuarta parte de la cosecha, 273.000 toneladas en el primer trimestre de campaña, a precios de ruina, un auténtico ‘suicidio colectivo’ que ya tiene consecuencias irreparables a corto y medio plazo (está por ver si esto es algo coyuntural o si se están sentando las bases de una nueva estructura de mercado).

La cuestión es que a partir de ahora se sucederán una serie de movilizaciones que ya tuvieron un prolegómeno en enero con un paro convocado por COAG. La UPA concentrará hoy a 2.000 tractores delante del centro comercial La Loma, el viernes la COAG volverá nuevamente a la carga con una manifestación por la calles de la capital jienense y el día 31 de marzo habrá una marcha en Sevilla promovida por Asaja (aunque en este caso lo que se pide es la salvación de toda la industria agropecuaria en general). Protestas para todos los gustos y todos los colores. ¿Bueno o malo? Bueno, muy bueno bajo mi punto de vista. El problema es que cada organización agraria hace la guerra por su cuenta, lo que no deja de ser el fiel de reflejo de la desunión de un sector en el que existen demasiadas filias y fobias (con trasfondo político).