Torres Hurtado y Martínez Caler no se llevan, no se sorportan, apenas se aguantan. Tal vez, el presidente de la Diputación piense que si Pepe ha llegado a alcalde de Granada él podía hacerlo también. O Pepe no acepte que le haga la puñeta alguien de pueblo; que Torrelson -un día te escribiré algo, Barredo- es de pueblo, pero ha sido delegado del Gobierno, rango que enaltece. Los cargos tienen esas cosas, que cuando no engrandecen entontecen. No se tragan, pero no quieren que se cuente y culpan de la polémica a los medios de comunicación. Por eso el alcalde cogió del brazo a su concejala de Turismo el jueves y, mientras los medios de comunicación estaban en una convocatoria organizada por él, se fue con sigilo al stand de la Diputación a cumplir, a saludar a Caler pero sin efusividades, que hay abrazos que levantan urticarias. “No, tú quédate aquí”, le dijo a su mujer -ejemplo de elegancia y discreción en los actos oficiales-; pensó que iba a ser cuestión de minutos, que nadie les iba a ver. Pero les pillaron. Y Caler y Torres Hurtado tuvieron otra vez que saludarse. Los dos tienen ojos en la nuca para vigilar cuando se abrazan que el otro no le clave un puñal por la espalda.