Anda La Conchi muy crítica conmigo, más cerca de una rotermeyer castrense que del hombro de almohada de un amigo. Hubo una época en la que La Conchi me quiso elevar a los altares de la prosa, porque en alguna ocasión combiné dos adjetivos con cierto ingenio. Fue puro azar. Pero ahora me castiga como a un poeta ripioso, que repite las metáforas como esporas y que necesita a Gudini para escapar de los lugares comunes. Por eso hoy me he sentado con el diccionario de sinónimos a la derecha y un gin tonic a la izquierda para reivindicarme. Entre otras cosas he descubierto que soy zurdo.
Los compañeros de IDEAL les hemos puesto nota a los concejales esta semana, que es igual que poner los puntos sobre las ‘íes’ de este abecedario interesado que es la política. Y he descubierto que hay quien está más preocupado por las notas que por darla -la nota, obviamente-.
Desde entonces alguno me evita por los pasillos, con esa cara que se les queda a los políticos cuando les tocas los cataplines, con la sonrisa forzada de ‘la cosa no va conmigo’ aunque, en realidad, estarían dispuestos a invitarte a cenar por una décima. Que conste que yo me dejo sobornar por mucho menos.
Nino García-Royo piensa que su 6,1 ha sido el abrazo del oso, que quiero hacerle morir de éxito en este escenario de farsantes. En política, cuando un enemigo te da un abrazo suele clavarte un puñal de plata entre las vértebras. Pero yo no soy tu enemigo ni libro más batallas que las que estoy seguro que podré ganar sin perder nada por el camino. Te lo digo de otra forma, Nino: que yo no soy el oso dispuesto a hacerte desaparecer entre sus brazos.
A los políticos les gustan las notas y las encuestas, aunque esté más que confirmado que no sirven para nada. Es el aprobado de quienes confunden la cosa pública con las zanjas y las zonas verdes con las rotondas floreadas. “Mi reino por un cinco ramplón”, están dispuestos a sacrificar la noche antes del examen.
El diez sería para el que le importase un pijo la disciplina del partido, las estrategias interesadas, las gárgaras del jefe y su propio ombligo; un sobresaliente para el que defienda a los ciudadanos antes que a los votos, la honra antes que la vergüenza, que para poca, mejor ninguna. Un diez para los políticos sin despacho, que después se convierten en tronos de purpurina donde la gente se arrodilla para besar los pies. Un diez para los políticos sin techo que se juegan la vida a cielo abierto.
Para los que hacen política en la vida, sin condicionar su vida a la política. Al resto, que les zurzan.