Se ha convertido el Banco de España en la falsa moneda de los fariseos que nunca atravesaron el dintel de su puerta, los mercaderes de un templo de votos prestados y estómagos agradecidos. Una fulana de la Gran Vía que no se va con cualquiera.
Todos quieren controlar el Banco de España, aunque en su caja fuerte ya no queden ni siquiera telarañas. El PP recoge firmas para hacer un museo de la ciudad, donde exhibir el aguafuerte de lo que fuimos y lo que hemos podido ser, antes de que Málaga y Córdoba se postulasen para la ‘capitalidad cultural’, mucho antes de que el rey moro nos entregase una herencia con anginas.
Los socialistas quieren una escuela de fiscales, donde se impartan lecciones maestras sobre cómo trincar a Benavides, la fórmula mágica para acabar con la corrupción en el litoral sin que afecte al bolsillo propio y meta entre rejas al ajeno. Fiscales de lo terrenal y las miserias profanas, porque el cielo, ¡Virgen de las Angustias!, todavía queda demasiado lejos.
Banco de España, que pasa desapercibido entre las zanjas de Nino en la Gran Vía. Falsa moneda de predicadores y vendedores de crece pelos, que nunca se preocuparon del edificio mientras estuvo abierto. Hagan un experimento sencillo. Basta con darse una vuelta por la fachada del Banco de España. En un lateral, escondido entre el hollín de la historia, una pintada permanece lustrosa en el muro: ¡Feliz 1984! Más de 20 años llevan sin limpiar la fachada del edificio los mismos caraduras que ahora hacen campaña electoral a su costa. ¡Vamos, hombre!