Sin darme cuenta, me puse hoy la cara de capullo antes de salir de casa. Quise coger, de mi escueto repertorio, la de ‘medio tonto’, para pasar desapercibido. Pero -vaya puñeta- me enfundé la jeta de lelo y me planté en la rueda de prensa de Ogíjares. Los técnicos, semitécnicos y pseudotécnicos se percataron al instante de ese gesto de memo que me acompaña a ratos como una segunda piel y pensaron “mira el capullo este”, y me soltaron un ladrillo por debajo de la mesa porque saben que me gusta el arroz con leche.
Me han querido encasquetar una rueda de molino manchego de cuatro metros de diámetro, pero uno -aunque llevase la cara de capullo- hay cosas de las que se da cuenta. Aunque además de capullo sea periodista, lo que eleva mi ineptitud al cuadrado.
La farsa que hoy han representado en Ogíjares tiene pocos precedentes en el periodismo -me atrevería de decir- mundial. Unos personajes a los que nadie había mencionado hasta ahora que salen a chuparse el marrón en primer plano mientras que los responsables políticos siguen escondidos. Argumentos tan absurdos que ni siquiera hacen gracia.
Y en medio, el bueno de Paco Plata y su carrusel de explicaciones. Paco lo tenía todo para haberse convertido en el Elliot Ness de los intestinos de la política, pero ha decidido quedarse en uno más, en las medias tintas, en un pelota a ver si el partido lo readmite con la sola penitencia de leerse el libro de cuentos de Ana Botella para expiar sus pecados. Ha sido el personaje que más ha defraudado en este sainete, aunque fue el que mejor empezó a representar su papel en el teatro de las conspiraciones.
Pero yo, como me había puesto sin darme cuenta la cara de capullo, me lo que tragado todo, todo, todo. Quedad tranquilos.