Como algunos de mis contados lectores me han tildado de plasta y aburrido, cambiaré de tercio radicalmente. Ha llegado la hora de ser valientes: lo mismo que sucede en la política, en el periodismo también hay trincones y profesionales a sueldo.
Yo nunca he cobrado por dar alguna información o por silenciar otras; bien es cierto que no ha sido por falta de ganas. Pero a mí nunca me han ofrecido un fin de semana en la playa, ni me han pagado un sobresueldo por un trabajito a tiempo parcial por el que ni siquiera tenga que aparecer.
Repito, que no ha sido por falta de ganas, por si alguien se diera por aludido y me agasajara con prebendas. Aunque escrupulosamente pobre (a mi pesar), esto me permite hablar de Del Ojo o de Armilla, de Almuñécar o de Alhendín (si tuviera papeles, pero es que no me llegan). Y si la misma Fiscalía que ha visto indicio de delito en alguno de estos casos archivara, tendré las manos libres para contarlo con la misma propiedad que hasta ahora. Y lo haré, aunque ahora lo cuestionen los mismos que ponían en duda que volviera a informar de Armilla y ya llevo unos titulares de adelanto sobre el resto. Tanto que ya no escribo de Del Ojo y su ‘romance de alma en pena’.
Pero esto no siempre sucede. Hemos asistido a una ceremonia del absurdo donde se manipulan informaciones, se coje el rábano por las hojas que menos pican y, según el caso, se empuña la bandera del rigor y la ética, con la que otras veces te limpiaste el trasero. En alguna ocasión también caí en este círculo vicioso de saltabalates. Pero nunca fue premeditado. Ni confundí la información con las causas personales.