Ha muerto Inmaculada. Que ni los curas ni los beatos de pandereta le nieguen la extrema unción, que ellos también siguen el evangelio de alguien que murió porque quiso y, lo mismo que Inmaculada, se sacrificó por nosotros.
Inmaculada muerta, para que nos demos cuenta de que tenemos dos manos, asignaturas pendientes y mañana otro día para desandar lo andado.
Ha muerto Inmaculada, y hoy no tengo ganas de escribir de gilipolleces, ni de políticos trincones ni de esos meapilas que hasta del aliento de Inmaculada han hecho una guerra abierta.
Inmaculada ha muerto sola, sin María ni Magdalena, pero con una tropa de fulanos dispuestos a hacer negocio de su testamento. Se queda su sonrisa de cristales rotos, unos ojos de pan y su atrevimiento.
Que nadie diga nada, porque nosotros seguimos vivos e Inmaculada, muerta, está más viva que nunca.