Juan Carlos Benavides tiene su tropa de detractores como tiene una legión de pelotas. Mantenidos, agradecidos o simplemente algunos que un día fueron a Almuñécar y les trató bien, muy bien. Yo podría estar entre estos tiralevitas si se hubiese terciado, pero resulta que no.
Benavides tiene muy buenos amigos y eso dice mucho a favor de él. Por eso ayer, nada más conocerse que el juez le había absuelto de aquella manera en el caso Tropical Fruit, algunos pelotas cogieron el teléfono y empezaron a celebrarlo como si fueran ellos mismos los que acababan de salvar el culo. Entre periodistas hubo muchas llamadas.
Yo no tengo nada contra Benavides, e incluso sería capaz de mantener una charla cordial con él si de mí dependiera.
Hay jueces a los que la Pantoja les dice que se encontró un milloncete de euros como el que se encuentra una estampita de Primera Comunión en el bolsillo de la chaqueta y dicen que tararí que te vi, que no cuela. Y hay otros magistrados a los que Benavides les cuenta que las pruebas en su contra se perdieron en un robo y se chupan el dedo.
En este país, donde cualquier tertuliano opina con descaro hasta del apareamiento el cangrejo moro, rara vez se cuestionan las decisiones judiciales. Los jueces siguen siendo intocables. Pero no por tener una buena memoria para sacar unas oposiciones se aplica la ley con criterio y justicia.
La investigación de Tropical Fruit no ha llegado hasta el final. Los argumentos de la absolución son de verbena. Alguien tiene que investigar el caso en serio. Para que Benavides sea más inocente que nunca o para que se depuren responsabilidades.