Recuerdo hace unos años, cuando Magdalena Álvarez era en Andalucía Mandatela, aquellas negociaciones a punta de cuchillo entre la Junta y el Gobierno de Aznar por la financiación. El último encuentro, en Torretriana, acabó con la consejera bajando en un ascensor más seria que un duelo y el representante del Estado escapando furtivo por otro. Chaves comprendió que mientras que Mandatela fuera la encargada de llevar las negociaciones no se cerraría ni un solo acuerdo. Quizás por eso Manolo se la envió a Zapatero en plan galáctica y ahí sigue, entonando a voz en grito aquello de no dimito hasta que no me lo pida el presidente, que en realidad significa que no se marcha porque no le da la gana.
Cuando Torres Hurtado y Sebastián Pérez se cargaron a Nino García-Royo una persona próxima al alcalde me contó una teoría similar a la de Magdalena y Chaves. Pepe Torres se había llevado cuatro años ahogado por el Gobierno central y por la Junta, en parte por los pulsos en los que se fajaba su todopoderoso concejal. El alcalde comprendió que otros cuatro años en el mismo plan le conducirían a un callejón sin salida, por eso -y por todo lo que se sabe- cambió a García-Royo por Juan Antonio Mérida, más sosegado y metódico pero menos brillante.
Lo cierto es que en pocas semanas se han cerrado más acuerdos que en cuatro años. En poco se diferencia el pacto de la estación de aquel otro que no quiso firmar Nino hace quince meses. Poco hay de nuevo en el convenio del metro y la intermodalidad fue una boutade para tenernos entretenidos. El espacio escénico que no cabía ni con vaselina en la parcela que había cedido el Ayuntamiento está por fin resuelto, las piedras de la vieja plaza de Toros volverán al Triunfo y los planos del Centro Lorca ya no son un papel de churros. La única diferencia palpable entre lo que no fue y lo que finalmente ha sido es que no está Nino García-Royo.
No sabemos si por el camino hemos ganado o hemos perdido. O si después de lo andado tendríamos que enviar a unos cuantos a hacer puñetas.