Toca mirarse las pelusas del ombligo.
En esta profesión de engreídos y chuloputas hay ahora mucho cabaretero suelto, mucha vedette de pluma y corazón que se lo pasan pipa metiendo el micrófono en las miserias ajenas. Y no me refiero al Pachuli y a otros mindundis, que bien merecido se tienen el hierro con que les miden.
Viene esto a cuento de las últimas noticias sobre el violador de Vall d’Hebron y su estancia en Iznalloz, donde todos hemos hecho malabarismos en el tenue filo del sensacionalismo y nos hemos pasado en algún momento la progresía y los derechos fundamentales por el forro de la entrepierna. Lo voy a contar tal cual sucedió.
El lunes por la tarde nos fuimos Jota y yo para Iznalloz con tan sólo un soplo, un rumor como tantos otros de los que son mentira. Allí localizamos a un tío del ex convicto de Hebron, una persona entrañable por la que todavía hoy me jugaría a doble o nada una exclusiva. Paco -que es su nombre- nos abrió el corazón y poco me importa que me engañara como a un lerdo o que los dos fuésemos cómplices de la misma pantomima.
En el camino de vuelta a Granada confirmamos la noticia de fuentes de toda solvencia. El violador estaba en Iznalloz.
Es de esas noticias que si la tienes la das a cinco columnas y te paseas al día siguiente con el periódico bajo el brazo. En cambio, si se te dan el pisotón te vistes de ética y farfollas y juras que nunca caerás tan bajo, que antes están las personas que las portadas.
Y una leche para tanto hipócrita al que se le ha llenado la boca y después se pondría en brazos de cualquiera por cuatro perras y dos medias páginas de publicidad. A ver qué es más sensacionalista y cuál es mayor engaño, si entrevistar al tío de un violador a pecho descubierto o pactar los titulares con un político por si algún día ganara unas elecciones.
Al día siguiente de publicarse la noticia aterrizó en Iznalloz una legión de tomateros, de faranduleros que meten en el mismo saco a la Pantoja, a un vialador o un pichabrava.
Se lo pasaban guay. Hasta que convirtieron Iznalloz en un plató y los vecinos empeazaron a interpretar su papel. Nuestra fue la culpa.
Pero lo peor fue enterarme de que un indio con plumas de mi misma tribu había agredido a Paco, sencillamente porque no quiso que le grabaran, porque se era un maleducado que se pensaba que por llevar una cámara el resto tiene que bajarse los pantalones.
A veces me doy veregüenza. Por pertenecer a la misma camada de hurones que hace guardia en cualquier madriguera.