Andábamos más aburridos que en una sesión golfa de películas turcas subtituladas –que quieren, soy de los de Pajares y Esteso- cuando regresaron de los rescoldos de las patadas en el culo nuestros dos mitos de sal, el ideario campechano de este blog semiclandestino que algunos utilizan para sus vendettas y que a nosotros nos encanta.
Por una lado Conchi Molina, Lara Croft del moratallismo que puso firme a Balderas. ¡Ay, qué tiempos de verbo fácil y véspero entre nubes! Del otro, Nino García-Royo, por el que sólo nos faltó pedir que Sebas le diera una de sus medallicas pero que después nos traicionó y nos negó la última entrevista.
Volvió Conchi, con un artículo publicado en este periódico el pasado día 18 que les recomiendo encarecidamente. Desde su primera frase hasta su despedida beckeriana: “Sólo espero que la memoria no borre las huellas, que el tiempo no nuble los ojos y que el silencio no acalle las voces”. Nuestra Conchi ha dado una muestra de serenidad y responsabilidad impropia en esta olla de caníbales. Pudo hablar cuando Javier Torres Vela se pegó el batacazo, como hizo algún que otro advenedizo que pretendió ser juez y parte. En cambio, Conchi ha esperado que la cosa se enfríe y ha escrito un artículo sereno que debería de llevar al PSOE a la reflexión más profunda. A los cambios.
Y luego está Nino, que apareció el domingo por Santa Adela como el emperador destronado que desciende del cielo de los defenestrados. Me dicen que el alcalde tuvo un gesto hacia él en su discurso. Nino se volcó con la rehabilitación de Santa Adela en cuerpo y alma. Incluso cuando algunos de sus compañeros le recriminaban que por qué había que gastar tanto dinero en un barrio que no votaba al PP. Qué cosas.