El miércoles de esta semana entrecortada saludé por primera vez a Cristina y me ofreció medio polvorón, el primer mantecado que me echo a las venas en estas fiestas de zampa bollos. Cristina se ríe, y algunas veces hasta con las chorradas que escribo, que ya es tener humor.
La historia del lunes y la del miércoles ratificaron lo que desde hace tiempo pienso, que hay políticos que mantendrán la credibilidad y el afecto cuando se marchen -o les echen- de la cosa pública y otros que sólo aguantarán el respeto mientras administren poder y un presupuesto.
De los segundos hay muchos. Los que no se ponen al teléfono, los que a poco que les dan un carguito de figureo se creen faraones, los que blindan su buena fama con represión y censura, quienes se vuelven ufanos y distantes, los caricatos y chulos. A todos ellos, se las cobrarán todas juntas cuando no tengan ni coche oficial ni bastón de mando.
En cambio hay otros, los que nunca fardaron en exceso cuando tuvieron oportunidad, que mantendrán el respeto de la tropa cuando vuelvan a su actividad profesional -los que la tengan-. Claro, estos son los que nunca llegarán lejos en política. Pero de ellos si aceptaría un polvorón sin temor a que esté envenenado.