Vuelvo otro año de vacaciones con el firme propósito de no apuntarme a un gimnasio, de no coleccionar otra cosa que no sean botellines de cerveza y de dejar para mañana todo lo que no merezca la pena hacer hoy. Y aún así, no tengo claro que pueda cumplir con todo.
Regreso a esta actualidad de cuentas pendientes y facturas atrasadas, enredada permanentemente en el disparate. Sin treguas electorales.
A mediados de julio, el Gobierno advirtió a algunos ayuntamientos de la provincia que tuvieran preparadas las urnas y poco después Zapatero tituló su epílogo 20N, cuando el debate más profundo en el que andábamos inmersos la mayoría era si el tinto de verano combina mejor con limón o con gaseosa.
Y partir de entonces ya nada de lo que sucede se puede suponer inocente. Ni las voces ni el silencio.
Con lo bien que vivíamos entre el sol y la nevera.
Mucho mejor si hasta en el coche tuviéramos un frigorífico. Como le sucedía al vehículo oficial que compró un político granadino que sigue de vacaciones.
De momento.