Uno llegó a pensar que Manuel Armillas sería el abogado del diablo de la Semana Santa, un timón sin timonel, el dedo en el ojo y el ojo indiscreto. Pero se nos rajó al final y no tenemos más remedio que destronarlo de nuestra trinidad de ídolos derribados.
Tras la desilusión de Armillas, con nuestra Conchi (Lara Croft de la plaza del Carmen) en mitad del olvido, sólo nos queda nuestro Nino. Nos llega como un rumor amargo que el lunes le propondrán seguir de concejal, pero con menos protagonismo. Que se olvide del urbanismo y que se limite a ser un mindundi, un repartidor de ceniceros, un espantapalomos, un vendedor de humo.
Esperamos que Nino no nos defraude como Manuel Armillas y se niegue a convertirse en un segundón. En un calienta sillas.