Pienso que lo mejor sería que la justicia divina no entrase en asuntos de la justicia civil, ni al contrario. Porque para los códigos de la Iglesia es difícil explicar que dos personas del mismo sexo se casen y para los jueces profanos los episodios del cielo quedan demasiado lejos. Por eso no me aclaro todavía qué hace el arzobispo pleiteando con un canónigo en los tribunales ordinarios, porque cuando un prelado acude a las leyes por las que nos regimos todos para dilucidar cuestiones del Evangelio lo normal es que lleve las de perder. He preguntado a amigos que conocen al arzobispo de sus tiempos en Córdoba, donde se caracterizó por echarle un pulso al presidente de Cajasur Miguel Castillejo, que también era cura pero que como trabajaba con euros se regía por los cánones del capitalismo. Me lo contaba Antonio Ramos, el periodista granadino que mañana recibirá la ‘Medalla de Andalucía’. El ahora arzobispo de Granada intentó que en un periódico cordobés no saliese ni una línea de Castillejo, pero perdió la batalla. Un día, Antonio tuvo que llevarlo a la redacción para demostrarle que no había intencionalidad alguna cuando elegían sus fotografías. Era tan cuidado de su imagen que no quería que le pillasen en un mal gesto. Por cierto, me cuenta Antonio que en ese mismo periódico trabajó de linotipista Alvariño, el amigo cordobés de Lorca. Tenía en el diario una página dedicada a los poetas donde escribió F. Infante Florido, hermano del arzobispo que precedió en Córdoba a Javier Martínez. Efectivamente, el hábito no siempre hace al monje.