>

Blogs

poveda

abocajarro

Cuba: la isla de las mentiras

(Vista de la Habana vieja desde la torre de la cámara oscura en la Plaza Vieja)

El régimen cubano agoniza entre estertores de corrupción del caso Río Zaza, que ha dejado a la isla sin leche. Los blogueros cubanos informan de que sólo es la punta del iceberg, y hablan ya del caso Marambio, al que ABC consideró recientemente ‘el broker de los Castro’. Para quienes quieran saber qué pasa en Cuba más allá de las informaciones que debemos agradecer a Willy Toledo, recomiendo visitar el blog de Yoani Sánchez. Sólo la Iglesia ha abierto la puerta de la esperanza negociando mejoras para los presos políticos. Algo se mueve. Poco, pero se mueve.

Las noticias que llegan de la Isla me llevan a revisar viejas notas de viaje de diez días en Cuba en 2007. Son simples impresiones de un viajero que quedó prendado de la belleza de Cuba. De La Habana. Pero que se llevó el regusto amargo de la degradación moral a la que conduce la pobreza, el miedo, la delación, la falta de libertad y la corrupción generalizada que se palpa en el ambiente.

En La Habana Vieja las señoras salen a las puertas de sus casas para invitar a los turistas a entrar, apenas comprueban que no hay chivatos a la vista merodeando la calle. Las casas se caen a pedazos. La Habana se cae a pedazos. Un turista que entra en una casa siempre deja algo. Siempre hay algo para venderle (todos tienen un primo que trabaja en la fábrica de Cohiba). O, por la tremenda, abrir el frigorífico vacío y esperar que la compasión se traduzca en euros. Enseñarle la botellita de aceite de palma que dan con las cartillas de racionamiento. O el saquito de arroz para toda la familia.

En un mercado de artesanía frente al malecón que se monta un día a la semana (el día que llegan los buses de Varadero) se puede comprar carey o corral negro de estraperlo. O unos puros, o lo que se tercie. El mercado negro manda en Cuba. Todo se compra y se vende al margen del Gobierno. A pesar del Gobierno. El negocio se hace con la vendedora al borde del infarto, pidiendo a sus compañeras que le vigilen a un fulano sospechoso, que ronda por allí, o a la pareja de policías que mira desde la esquina donde aparcan los taxis. Más tarde, cerca del barrio chino, un doctor en Medicina, con bata y maletín con fonendo y todo, acecha también a turistas. Hace de intermediario en las tiendas en busca de una comisión. Acaba mendigando algo. Lo que sea. La Habana es una ciudad de pícaros, de buscavidas, de edificios y de personas en los puros esqueletos, con el alma en cueros vivos.

En la plaza de la catedral, el guía acreditado con un carné oficial aguarda pacientemente a los turistas. Un ritual repetido mil veces. Les entra con bromas. La censura se convierte en atractivo turístico, aunque él, con un carné expedido por el Gobierno, es poco sospechoso de disidencia. Pero lo prohibido es un gancho para captar clientes. Plantea un juego: el guía nunca menciona la palabra Fidel. Esos días los cubanos suponen que el Caimán agoniza en algún lugar de la isla. Pero su nombre y sus apodos son tabú para el guía. En vez de pronunciar las palabras comprometedoras, se lleva la mano derecha al mentón y hace el gesto de mesarse las barbas. Tras una corta visita a varios monumentos, sienta a los turistas en el bar del Hotel Los Frailes, a la vera de la Plaza Vieja y de uno de los mojitos mejor servidos de la ciudad. Intenta engatusar a los clientes para que le compren puros. Y cada vez que se tiene que mencionar a Fidel, se lleva la mano al mentón y hace como que se mesa las barbas. Toca todos los palos, a ver por donde flojean los clientes. El dinero puede llegar de donde menos se espera. Hay que las sondear las debilidades. La carne cubana cotiza barata.
-Aquí en Cuba tenemos a las famosas jineteras, que son muy expertas y hacen que los hombres pierdan la cabeza.
Y se vuelve, y mira a sus espaldas, receloso de que alguien lo esté espiando. Como si sus palabras fueran peligrosas. Es un juego. Pero la realidad en cualquier conversación con un cubano es que nadie se fía de nadie. A los pocos días en La Habana el turista puede jugar a adivinar en una calle concurrida quienes son policías o confidentes y quienes no. La psicosis se contagia, y aparecen por todas partes tipos de miradas torvas que acechan, que espían quién habla con quién, quién pasea con quién, quién mira a quién. Todos se miran. Y todos miran a sus espaldas continuamente. Nadie se fía de nadie.

El régimen refuerza su iconografía. Resistencia o muerte. Agosto de 2007. Fidel lleva ya meses en un hospital. A pesar de que su salud es delicada, como reconoce abiertamente el régimen, firma todos los días una página en el Granma. Algunos días el hueco lo rellenan recuperando alguno de sus viejos discursos. La televisión machaca día y noche con la historia de los cinco cubanos apresados y condenados en Miami por actos terroristas y espionaje contra la resistencia cubana en el exilio. Son héroes nacionales. Sus retratos están por todas partes. Sus parientes salen en la tele pidiendo justicia. Se organizan manifestaciones. Hay una concentración, una actividad la llaman ellos, frente a la oficina que hace las veces de embajada americana, ante la que hay una explanada con trece banderas negras con una estrella. En el Vedado, en un local en el que hay un cartel de Centro Internacional de Prensa, abre una exposición fotográfica sobre la figura de Vilma Espín, la mujer de Raúl Castro, fallecida poco antes. En el Museo de la Revolución sigue viva la iconografía en cartón piedra clásica del régimen, que intenta seguir mostrando su vigor. La televisión muestra insistentemente un reportaje sobre la moderna educación donde aparecen sin cesar ordenadores que son piezas de museo. En un sesudo programa de la televisión pública se insinúa que el 11-S fue un montaje de la CIA. Los tertulianos asienten, convencidos de aquello.

En los taxis la picaresca se acentúa. El de ese día parece más sincero que otros. Al volante explica que dejó el trabajo de ingeniero de telecomicaciones para que su mujer pudiera seguir en el hospital, donde es médico, y se mantuviera lejos de los turistas. Él, por si acaso, no enciende el taxímetro mientras el vehículo recorre la postinosa Quinta Avenida en Miramar (la misma por la que a veces se manifiestan ahora las Damas de Blanco y donde viven muchos jerarcas del régimen en bonitas casas con jardines), sino que pacta un precio con los viajeros, y luego repone la gasolina. “Si no es así, no se come aquí”, se disculpa. A la salida del Morro, la Policía para el vehículo. El agente invita al taxista a conversar fuera del auto, lejos de los oídos del turista. Por el cristal trasero se ve perfectamente como el conductor echa mano al bolsillo y paga la mordida que le exigen. Todos quieren su parte del pastel de los turistas.

En Varadero sigue la Fiesta. Los hoteles mantienen su actividad como si la precaria salud de Castro no tuviese en vilo a los cubanos de dentro y fuera de la Isla. En un centro comercial, esa noche hay concierto. Jazz. Chucho Baldés y su banda, en un auditorio pequeño. No es el espacio ideal para un concierto. Más bien parece una sala de conferencias. El calor es asfixiante. Entre reverencias entra un tipo alto y melenudo. Le sirven un refresco y va con su comitiva a sus asientos reservados en primera fila. “El ministro de Cultura”, es el rumor que corre entre los turistas que llenan el resto de la sala.

Si Cuba fue algún día el paraíso del turista, en agosto de 2007 estaba ya bastante lejos de serlo. Hay una generación frustrada por la gran mentira. Están sanísimos, porque la propaganda les ha machacado con que sanidad cubana es de las mejores (aunque los estantes de las farmacias estén vacíos). Están muy bien formados, porque estudian en buenos centros. Pero están frustrados. La desesperación provoca que al europeo se le despoje de su condición humana. Sólo importa sacarle los euros. Todo vale. Lo importante es salir adelante día a día. La moral, la ética, no se come. La verdad sale cara cuando se trata de sobrevivir en un ambiente asfixiante. Por eso Cuba es la isla de las mentiras.

Temas

cuba, viajes

A bocajarro. A la distancia justa donde salpican las tripas de la noticia cuando estalla.

Sobre el autor


mayo 2010
MTWTFSS
     12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930
31