Hace una semana que me incorporé al curro tras unas semanas de descanso. Y así se lo comuniqué a mis agregagos del ‘feisbuk’, donde suelo colgar mis comentarios del blog. “Para estrenarme, dos páginas, una sobre paro y otra sobre turismo”, les comenté. Acto seguido les trasladé mi desazón por lo mucho que había cambiado mi existir en apenas 48 de horas, pasando de las vivificantes brisas marinas al ‘tedio’ del día a día. Tuve varias respuestas, pero quiero destacar una de ellas, firmada por un colega al que llamaré Periquito de los Palotes, que me decía en tono apesadumbrado: “Si quieres, Jorge, la del paro te la hubiera escrito yo”.
Aquello me causó una profunda desazón por dos motivos. El primero y principal, por la zozobra de este amiguete del alma. Y segundo, por la futilidad con la que seguimos abordando determinados asuntos de enorme sensibilidad. Veamos. Aunque los expertos en orientación laboral insisten en que se debe restar trascendencia al hecho de quedarse desempleado, lo cierto es que estamos hablando de un putadón en toda regla. Básicamente por la dificultad de volver a colocarse -sobre todo si se peinan canas- y porque normalmente la pérdida de ingresos suele ser un duro varapalo para cualquier familia.
Yo también me apunto a ese positivismo -quizá por ello ZP todavía me siga pareciendo un tipo simpático-, pero creo que en cuestiones tan hondas como el paro, tonterías las justas. Yo hice el imbécil el otro día. Tengo la fortuna de levantarme todas las mañanas con el estímulo de desarrollar una profesión que me apasiona y, además, me pagan por ello. Y no se me ocurre otra que soltar la soplapollez ésta del invento pijo del estrés postvacacional y demás memeces heredadas de una época en la que vivíamos con ínfulas de ‘acaudalados’ y ‘sacrificios’ que suenan a chiste malo en medio de esta crisis salvaje que no respeta a nadie.