Mal que nos pese, nuestra biografía, la de los seres humanos, está intrinsecamente ligada a los bancos desde que salimos por el agujerito. El dinero se convierte desde el minuto cero en un compañero de viaje que sólo nos abandonará cuando nos llegue el momento. Es un poco triste, pero es así. Desde que nuestros papás, todo ilusionados y empeñados en inculcar el espíritu de ahorro desde el primer instante, abren la primera cartilla de ahorro hasta que dejamos de cobrar el plan de pensiones, algo más de 80 años según los últimos datos de esperanza de vida, la sucursal de la vuelta de la esquina, cual ‘templo de la necesidad’, se convierte en lugar de visita obligado un par de veces a la semana. Llegamos, guardamos cola, despachamos y nos marchamos. ‘Vidi, vini, vici’, que diría Julio César a los senadores romanos para describir las victorias del imperio.
Hasta aquí el análisis del asunto desde una perspectiva formal y simplista. Pero por todo lo dicho anteriormente, porque somos personas que pensamos y sentimos y porque es bastante probable que sin parné tengamos muchos problemas, las relaciones con las entidades nunca han sido precisamente un idilio de amor verdadero. Es más, yo me atrevería a afirmar que en la inmensa mayoría de los casos son bastante tortuosas. Pero una cosa es que estos señores, los dueños del capital, defiendan sus intereses -no hemos de olvidar que estamos hablando de un negocio-, y otra bien distinta emplear malas artes para llenar las alforjas.
Centrémonos en las polémicas comisiones. Cobrar por los servicios prestados es legal y legítimo. Creo que nadie lo duda. Pero lo que sí está muy feo es que te exoneren de los corretajes, con loas del tipo “usted es una persona importantísima para nosotros”, y después, a las primeras de cambio, a traición, te metan una puñalada trapera en forma de cargo de 20 euros por ‘mantenimiento de libreta’. ¿Por qué? ¿Por qué me sopla usted 20 napos cuando juró y perjuró que nunca lo haría? Y por favor, no le eche la culpa a esa cosa etérea llamada ‘sistema informático’. Es más, suponiendo que ese día me levantara con el pie derecho, que sufriera un ataque de bonhomía y admitiera que me birlen 20 euros en pos de ‘ese sector financiero tan castigado por la crisis’, ¿me puede explicar cuánto tiempo y esfuerzo le cuesta a usted el ‘mantenimiento’ de mi puta cartilla?
Ya vale, hombre, ya vale.