Tras un par de jornadas titubeantes, hoy sí, Día de la Hipanidad, La Vestida estaba a reventar. Al menos lo estaba a primera hora de la tarde ya que me da a mí que, por aquello de los colegios y que mañana hay que currar, esta noche será más tranquilona. No sé por qué, pero el hecho de que haya mucha gente en la feria siempre se ha considerado como algo cojonudo. Sinceramente no lo entiendo. Ojo, que no quiero decir que me parezca mal, que después hay algún cabroncente por ahí, teóricamente amigo mío, que dice que soy demasiado criticón. Sencillamente no comprendo qué atractivo pueden tener los tumultos, las muchedumbres y la necesidad de soportar colas kilométricas para acciones tan livianas como aliviar la vejiga. Así que esta vez, y sin que sirva de precendentes, me sumo a la opinión mayoritaria y me alegro de que la gente acuda en masa al ferial, se olvide de las penurias y se baile un rock and roll en la plaza del pueblo como dios manda.
Después de este exordio positivista y de buen rollito, sí me parece oportuno hacer un pequeño comentario sobre el tema de los precios. En primer lugar, confirmar que, en efecto, los caseteros han optado por la prudencia y están cobrando más o menos lo mismo que en 2009, todo un ejercicio de sensatez porque, obviamente, la crisis está haciendo un daño enorme en la economía de muchos hogares. Pero lo de los cachivaches -qué bien suena esta palabra ¿verdad?- sí que me parece un pelín exagerado. Además, no es una percepción personal, sino un sentir generalizado entre los padres. No había más que observar el careto mustio de los progenitores después de pasar por caja. Los dueños de los cacharricos tendrán sus razones para fijar esas tarifas. Sí, ya sé que la electricidad ha subido una barbaridad, que hay que pagar sueldos, que la vida está muy mala, pero apoquinar cuatro eurazos -tres en el resto de atracciones- por un paseo en pony de tres o cuatro minutos a lo sumo ¿no les parece una púa en toda regla? No lo diré yo; que cada cual saque sus propias conclusiones.