Los últimos datos de paro, publicados a finales de la semana pasada, han dejado bien clarita una cosa: de reactivación económica, nada de nada. Seguimos pasando frío. Este desempleo crónico y vengonzante agrava problemas de enorme trascendencia para las familias como la imposibilidad de devolver el dinero prestado. Lo publicamos el lunes en Ideal, ‘Las deudas se comen cada día a tres hogares de Jaén, desposeídos de sus viviendas por imgago’. Alucinante. A la tercera letra sin abonar, a la calle. Bueno, para ser justos, lo normal es que las entidades financieras, cuya solvencia está siendo vigilada con lupa por el Banco de España, intenten buscar una salida negociada antes de proceder a la ‘ejecución hipotecaria’, una decisión que ni tiene buena prensa ni es precisamente barata.

Sé que el discurso de las responsabilidades debería estar superado tres años después de que estallara la crisis, pero nunca está de más echar nuevamente la vista atrás. Lo primero que observamos es que, básicamente, nada ha cambiado. Los gobiernos bailan al ritmo que marcan los mercados, obligándoles a ganarse la confianza de los dueños y señores del capital a base de recortes y más recortes. Pero me niego a echarle la culpa al ‘sistema’. También siguen ahí los mismos incompetentes. Y es en este punto donde engarzo con el principio de este comentario, el de los desahucios. Esta mañana leo esta noticia: ‘Las cajas con escaso capital humano elevaron tres puntos más su morosidad’. Y en el subtítulo se aclara que ‘los presidentes sin postgrado y experiencia en la banca, pero que ocuparon cargos políticos previos, conceden más créditos de dudoso cobro’. No me digan que no tiene cojoncillos la cosa.

A excepción de unos cuantos ‘iluminados’, como el profesor Niño Becerra, nadie pensó que los recursos eran limitados, que los días de vino y rosas acabarían más pronto que tarde -aunque esta vez el ciclo de bonanza se prolongara más que en otras ocasiones- y que las consecuencias a tanto exceso se terminarían pagando. Como esto era Jauja, pues a conceder préstamos a todo quisque, que el negocio va viento en popa a toda vela. ¿Las consecuencias? Que si antes se pecaba por exceso, ahora se peca por defecto. Y en medio, los de siempre.