Tengo un conocido que me puso un ejemplo con un chiste, impresentable, que criticaba el invento de la máquina de cortar jamón. Chiste que por supuesto deploro. Pero, como dice mi conocido, desde que se ha puesto de moda que el gin tonic te lo sirvan como si fuera una macedonia de frutas, ni el jamón sabe a jamón ni el gin tonic a gin tonic. Todos ustedes, ínclitos lectores, que están muy viajados, han padecido las miserias de cuando te tomas un copa por esos mundo de Dios. O te la sirven de un “batería de botellas” puesta bocabajo, que expenden una parca medida. O, si el sitio es más caro, te sale el coctelero de turno, con un dosificador, que con un recochineante ritual, sirve una mini dosis de ginebra “premium”, que cuesta un ojo de la cara, y con mucha folletada te lo pone en un copón (con perdón) lleno de hielo y “botánicos” (hierbas, regaliz  y lo que pillen) y sueltan, como si un docto químico ejecutase, la ridícula cantidad de esa ginebra carísima,  que no has oído en tu vida, junto a una tónica, que tiene el precio del plazo de una  de la hipoteca de un apartamento en Torrevieja. Cuando le da un sorbo entre hielos gigantes, mi conocido le viene a la memoria el soez chiste del jamón y la máquina de cortarlo. Las comparaciones, en este caso, son asquerosas. Pero desde que murió el marqués, el de Málaga, que era generoso a la hora de hacer ginebra, los  gintonic se han convertido en creaciones alquimistas bien caras algunas