Desde que se ha extendido el rumor de teléfonos pinchados y rincones con orejas, en el Ayuntamiento hablan en clave, por si acaso. “Gran jefe indio avanzar por la pradera”, se dicen de despacho en despacho cuando entra Sebastián Pérez por la plaza del Carmen. Y se ponen todos a currar para repetir en las listas. Lo llamativo del caso no es que alguien haya podido infiltrarse en las conversaciones de despacho, lo realmente novedoso es que alguien haya visto interés en los pequeños secretos municipales. Todo empezó cuando los agentes secretos detectaron un mensaje sospechoso: “Vamos a nombrar a Fray Leopoldo hijo predilecto, corto y cambio”. ¿Que querría decir en verdad con este críptico jeroglífico? Lo peligroso de todo esto es que las grabaciones se saquen de contexto. Si no, imagínense a Balderas llamando al cuartel de la Policía Local: ¿Dónde esta el servicio que tengo un atasco? Por no hablar de la de confusiones a las que pueden llevar los boquetes y agujeros repartidos por la ciudad. Pero lo que me preocupa no son los concejales espiados. El verdadero papelón lo tienen los agentes secretos. Figúrense a la CIA en una furgoneta oscura aparcada en doble fila; de pronto se escucha un carraspeo en los altavoces y los agentes salen del duermevela. Se colocan los auriculares y escuchan una conversación sospechosa: “Enga, Vicente, ámonos pal’zidín”. La CIA pensará que nos han tomado los extraterrestres, fijo.