Pienso que hay instituciones y organismos que no sirven de nada, que son un abrevadero de los presupuestos públicos; más o menos como los notarios, que hacen el trabajo de los funcionarios pero que están forrados, motivo por el que me dan una envidia de cojones, que no es otra cosa lo que tengo en contra de ellos. Unos de esos organismo que me suenan a pura filfa es la Escuela de Estudios Árabes. Para colmo, la única vez que vería justificada su existencia, para asesorar sobre la rehabilitación de la muralla del Albaicín, van y se la pasan por el arco del triunfo de la reconquista. ‘Es mu fuerte, tron’. Que ahora salte el director de la Escuela, plegado a intereses políticos que cantan a leguas, aunque lo niegue, y diga que su arquitecto es un papanatas, que esa extraña teoría de las dos murallas es un delirio de una noche albaicinera en la que creyó ver a Boabdil regresando a caballo de su destierro en Fez. Si para una vez que la Escuela de Estudios Árabes emite un informe le vamos a dar el valor de un papel de churros mejor la borramos de un plumazo y secamos la teta de las arcas públicas. Otra cosa es que alguien creara la escuela de Estudios Árabes para que le redactase dictámenes a la carta, un espejito espejito mágico que todas las mañanas le dijera lo guapo que es y le hiciera palmas a la Junta. Qué quieren que les diga, me fío más del arqueólogo que de cualquier político.