Los vecinos de Constitución no quieren que le corten sus árboles. Y es que desde que Tita Cervera se metió a ecologista está de moda esto de pensar en verde, aunque sea por comer lechuga. Yo estoy con los abajo firmantes, porque desde que las máquinas de Nino me despiertan a las seis de la mañana me opongo a toda obra pública de boato y relumbrón.

Los árboles se cortarán al amanecer, cuando se perpetran los crímenes más alvajes. Si alguna vez tengo que batirme en duelo con alguien que sea a media tarde, con la fresquita, que no haya que madrugar para que me mutilen. Tiene narices que en la época del ladrillo y el hormigón todavía haya quién se movilice por un ártbol, aunque sea en defensa propia. Y que los ecologistas oportunistas vistan gabardina de especuladores, más todavía.

En algunos pueblos están regando este verano con aguas fecales que traen de depuradoras de la Costa del Sol. Hasta el punto de que algún alcalde ha tenido que emitir un bando prohibiendo tal cacicada. A los señoritos les importa sus olivos, aunque crezcan con la mierda de otro y el olor tapone las pituitarias de sus convecinos. Don Guido riega con el agua que le sobra a las cisternas de Marbella, por donde se van los números rojos, la caja B de los mafiosos. Las moscas se agolpan a los 40 grados a la sombra, al fango latifundista de la andalucía de siempre, la de toda la vida.

Lo dicho. Que muchos de los que protestan por la tala de árboles riegan los suyos con mierda.