
Los días se caen inevitablemente a las doce de la noche, aunque el periódico sigue. Es el momento de echarse una bomba al estómago -¡qué pronto cierran en Almería los bares… y las bibliotecas (para disimular)!-. Llega también el mayor instante de esparcimiento en estos días a destajo: jugarse un euro (y perderlo) en la tragaperra del hotel.
De recogida pasamos por los ancantilados de Aguadulce, una columna de rocas que llevarán casi tanto tiempo desafiando al mar como la playa a las piedras.
He visto urbanizaciones levantadas en medio de un patatal, sin alcantarillas, casas empotradas en Almuñécar… pero aquí he encontrado una nueva modalidad: desmontar una montaña para construir pisos.
En Aguadulce están en esa fase, quitar los acantilados para colocar ladrillos. Sólo queda construir en el agua y en el cielo.
Me entero de que un juez acaba de desestimar el recurso y ha dado vía libre a que se levanten 440 casas donde siempre hubo rocas. Y yo sigo sin saber cómo coño se juega a la tragaperra cuando me salen los bidones. ¡Ayyyy, y las mondarinas!