Estamos a punto de regresar a Granada, dónde en nuestra ausencia el cielo se ha colocado más cerca de la tierra por un eclipse judicial. Ayer Vicki Cobo le sacó doce euros a la tragaperra del hotel y Paco Perea -al violín- se llevó cuatro. Yo sigo sin saber que leches pasa cuando me tocan los bidones y continúo empecinado en la estrategia de aburrir a la suerte por acoso y derribo. No sé la imagen que estaré dando que el parabrisas del coche ha amanecido atiborrado de tixkets con copas gratis en locales de alto standing y máxima discreción.
Me encuentro en Almería a un tipo con mayor fortuna, este tal Eugenio Gonzálvez, parlamentario chulapo del PP. Para Eugenio los informes son un chotis y se la refanfinflan.
Pero a Eugenio le respaldan desde Sevilla, ahora que Arenas planea sobre el Zapillo para colarse de paracaidista por la lista de Almería. A las ocho de la tarde, en Sevilla no tenían ni pajolera idea de las andanzas de su parlamentario, de las subastas anuladas por el juez Rivera ni de las obras faseadas. Antonio Sanz le echó un vistazo a los papeles, ató cabos y, en un plis plas, llegó a la conclusión de que Eugenio es una pobre víctima que no tiene culpa de nada. La política está llena de mentes preclaras como la de Antonio.
Le van a cargar el muerto al secretario, que por lo visto está dispuesto a inmolarse y a asumir por escrito que le colgó a Islero dos puñales en los cuernos. Cuenta en Sevilla que disponen de un informe ‘mea culpa’ del funcionario en el que le salva la cara a Gonzálvez y se declara culpable de todo.
Que abrió las plicas de la subasta antes de tiempo por un descuido. Como el que se come un yogur caducado y se le suelta el vientre.