Estoy pensando en ponerme a dieta a ver si así acabo con este maldito ‘gordominal’ doble de ancho y tanto exceso de panceta que está obstruyendo la poca lucidez que me quedaba. Y no lo haré para lucir palmito en la Costa, que por más que me afane mi palmito siempre recordará a Alfredo Landa persiguiendo un par de suecas. Lo que quiero es deshacerme de las lorzas para montar una protesta como la que armaron ayer en Motril los del Batracio Amarillo; entrar en el salón de plenos en pelotas y decirle a los conejales que estoy hasta lo que me cuelga de sus dimes y diretes, que sus debates son más largos que el campo de fútbol de Óliver y Benji. Disculpen, pero es que todavía no me he repuesto del soporífero pleno del viernes, donde sólo consiguió hacerme sonreír ver a Lola Ruiz (IU) usar uno de los ceniceros de los que reparte Mérida -todopoderoso coordiandor de campaña- para acumular las raspaduras de los lápices. La política reciente apenas ha consistido en eso, en repartir ceniceros en la plaza del Carmen como si se regalasen croquetas.

A ver si el PSOE se decide de una vez por todas y nombra al candidato; que Javier ya no está para ir de bolos por las juntas de distrito. Me cuenta una fuente -descaradamente malintencionada- que Torres Vela ha puesto dos requisitos para aceptar el reto de derrocar a la otra Torre -Torrelson-. No sé si será cierto, pero las dos cláusulas me resultan bastante lógicas. La primera, que Javier quiere hacer su propia lista. Vale, Javi, pero no me toques a Conchi Molina, diva cibernética de este blog semiclandestino. La segunda, que si los resultados no son propicios le faciliten una escapatoria de las masmorras de la oposición. Podría valer la presidencia de la Diptuación, cargo que bien conoce. Y yo apunto otra: la Caja. No es por nada en especial, son suposiciones mías.