Lo fácil es matar al “mensajero /tapa” frente a la bajada de comensales

Yo siempre he dicho y escribiré que la hostelería me merece mucho respeto. Tanto que nunca tuve ni tendré un negocio de este tipo por coherencia y ética profesional. Lo que no significa que conozca a fondo el negocio. Son más de cuarenta años que viajo todas las semanas. He dormido y comido en cientos de establecimientos, y sigo haciéndolo por mi trabajo. Por eso me llama mucho la atención la polémica suscitada al querer modificar la tapa tradicional de Granada en base a comentarios como: “si tapea ya no se sientan a comer..” o “la tapa atrae a público de bajo nivel adquisitivo”. Hagamos una reflexión sociológica. Desde el año 2000 hasta la crisis, la vilipendiada tapa local no frenó las opíparas comidas que se realizaban con cualquier excusa; políticos, directivos y empleados de empresas, banqueros, venta de coches, constructores, laboratorios y médicos, escayolistas, etc. Cada año subía el sueldo e ibamos al restaurante con cualquier motivo. La semana estaba plagada de “comidas de trabajo” . En los “findes” lo normal era comer con amigos, viernes y/o sábados; los domingos era ya con la familia. Y los bares de tapas ahí estaban. Algunos en Granada ya ofrecían tapas exageradas y se les reía la gracia. Pero; ¡como había dinero, no se buscaba culpable!.
Por eso es delicado, ahora que la tapa española ha logrado un espacio en el panorama mundial, frente a culinarias tan dominantes en el planeta como la italiana llena de pizzerías, los chinos, japoneses, mexicanos, kebab, y asiáticos por todo el globo, que en Granada se la cuestione. En España ponen tapa “incluida en el precio de la consumición” en muchas ciudades, tan dispares como: Vitoria, Cuenca, Benicarló, Madrid, etc. Granada siempre ha sido conocida por la Alhambra y por su grato tapeo. La tapa tiene que tener calidad y con la opción paralela de escoger y pagar aparte una gama más elaborada con géneros más caros. Pero el paro, bajadas de sueldo y despidos se hacen notar, y es lo que hay. No culpemos a la tapa. Las cosas han cambiado. Ya no somos ricos, y las costumbres se adecuan.